Pérdida

Sucede que, teniendo todo, no tenemos nada; que teniendo nada, queremos todo, y que cuando lo obtenemos, ya no lo queremos. Que perdiendo todo, no perdemos nada; o que perdiendo todo nos quedamos en la nada.
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Conocí a la mujer de mis sueños mientras estaba soñando despierto, ya saben, mientras caminaba y pensaba en la inmortalidad del cangrejo, o quizá en la de las tortugas, siendo que viven cientos de años y nosotros no, podríamos decir que son inmortales, nunca vemos su muerte; nosotros morimos antes.
Pero bueno, eso no era lo importante, lo era aquella chica que caminaba a paso lento, con unos libros bajo el brazo y una coleta amarrada con un listón rosa. Llevaba una mochila cruzada color rosa y un celular en la mano, también rosa. Erala apoteosis del color en una persona.
Caminó a un lado mío y se le cayó uno de los libros. «Física elemental. Primer Grado», logré leer en la portada mientras lo recogía. Ella me miró como si no existiera y me di las gracias. Por supuesto me quedé parado esperando a que dijera algo más, pero se fue.
Sabía que estudiaba una ingeniería, pero no sabía cuál. Sabía que estaba cerca de mi edificio, pero no sabía cuál. Sabía que su nombre comenzaba con M, pero seguía sin saber cuál era. Habían pasado algunas semanas desde el inicio de clases y no había estado tan cerca de ella.
Días después volví a verla. En el mismo lugar, a la misma hora, con el mismo movimiento. También caminó a un lado mío y volvió a tirar un libro, esta vez leí «Matemáticas. La Ciencia En Números». Se lo di y ella me ofreció las gracias. Nuevamente me quedé sin habla y se fue.
Las palabras no llegaron porque ella siguiera impresionándome por su belleza (que era cierto), pero no, ahora había sido la coincidencia de la situación. Cosa que se repitió muchas veces.
Los libros que se le caían (o tiraba; estoy seguro que los tiraba a propósito) cambiaban de título cada vez. Desde un «Antropología E Historia», pasando por «El Encanto De Las Aves Silvestres», hasta una novela barata llamada «Visiones A Través De Un Ojo Izquierdo». Todas las veces que la encontraba también cambiaba su vestimenta monocromática. Verde, azul, gris, blanco, rojo, naranja… Todo un arcoíris diario.
Todo sucedió durante dos semanas. La veía cada tercer día. Hasta que cambió.
Ya era costumbre, hábito, encontrarme en el mismo lugar, pero ahora yo era quien llevaba un libro (normalmente iba sin cosas ya que las dejaba en mi casillero) con el título sugerente de «Ámame O Déjame». Sucedió lo mismo, pero ahora yo era quien caminaba hacia ella, yo dejaba caer el libro, yo esperaba que ella lo recogiera… pero no pasó nada, ella ni siquiera me volteó a ver.
Terminé recogiendo el libro yo mismo y me retiré. Pensé en lo que pasó y no encontré respuesta. «Seguramente estaba pensando en algo más o estaba distraída», pensé para justificar lo sucedido, pero no funcionaba.
Un poco más tarde la vi de lejos y corrí hacia ella. Le pregunté porque no había reaccionado como yo en las anteriores ocasiones, y se quedó sin hablar, como si quisiera, pero no pudiera, como si algo mantuviera cerrados sus labios.
Esperé unos minutos y, al no ver respuesta de su parte, me fui.
Llegué a casa y puse música en mi celular. Invadió mi cuarto y mi mente. Canté fuerte hasta que mi madre me calló. Aún seguía cantando dentro de mí. Cantando la perplejidad de mi vida.

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